Retrato imaginario de Ramiro II
de León, obra de José María Rodríguez de Losada.
La batalla de Simancas está
considerada como la segunda más importante de la Reconquista, tras la de las
Navas de Tolosa.
Introducción
En el siglo X, la Península Ibérica
estaba dividida entre los reinos cristianos del norte y el Califato de Córdoba
al sur. Los reinos cristianos, en proceso de expansión y consolidación,
buscaban recuperar los territorios ocupados por los musulmanes. Por su parte,
el Califato de Córdoba, bajo el liderazgo de Abderramán III, intentaba mantener
su hegemonía y frenar el avance cristiano.
Abderramán III, harto de las
incursiones cristianas al sur del Duero, decidió lanzar una gran ofensiva
contra los reinos cristianos. Su objetivo era debilitar a estos reinos,
especialmente al Reino de León, que se había convertido en una amenaza creciente
para el poder musulmán. Esta campaña, conocida como la «Campaña del Poder
Supremo, o de la Omnipotencia (gazat al-kudra)», pretendía ser un golpe
decisivo que asegurara la supremacía del califato en la península. Su objetivo:
Zamora, la plaza fuerte más importante del Reino de León.
El ejército musulmán, liderado por
Abderramán III en persona, era una fuerza imponente. Las crónicas musulmanas
exageran diciendo que contaba con 100.000 hombres, una cifra imposible para un
ejército en la alta Edad Media. En realidad, una cifra de 15.000 hombres
parece más ajustada. Aun así, era un ejército formidable para la época. Las
fuerzas musulmanas incluían tropas regulares del califato, mercenarios
bereberes y contingentes de distintos reinos vasallos.
Por otro lado, las fuerzas cristianas
estaban compuestas principalmente por tropas del Reino de León, lideradas por
el rey Ramiro II, y contaban con el apoyo de contingentes del reino de Navarra,
condes castellanos y tropas venidas de Galicia, Asturias o Álava. A pesar de su
inferioridad numérica, los cristianos tenían la ventaja de luchar en un terreno
familiar y contaban con una motivación adicional al defender su propia tierra.
La batalla de Simancas
El ejército musulmán, confiado en su
superioridad numérica, avanzó con la intención de atacar Zamora. Advirtiendo el
califa que el ejército cristiano le cerraba el paso en Simancas, se dirigió
hacia allí para derrotar definitivamente al monarca leonés.
El enfrentamiento comenzó el 6 de
agosto (aunque algunos historiadores señalan el 1 de agosto) de 939 y se
prolongó durante varios días. El ejército cristiano, a pesar de estar en
desventaja numérica, logró utilizar su caballería pesada de manera efectiva.
Los cristianos, aprovechando su conocimiento del terreno, consiguieron servirse
de la falta de coordinación entre los caudillos musulmanes. La batalla se
caracterizó por intensos combates cuerpo a cuerpo y cargas de caballería.
Las bajas fueron cuantiosas para
ambos bandos. Finalmente, a la vista de que el ejército cristiano mantenía la
plaza de Simancas, el califa decidió levantar el campamento. Inició una
retirada con la intención de asolar las poblaciones ribereñas del Duero.
Posteriormente se dirigió a Atienza, ya que necesitaba abastecer a sus tropas.
El ejército cristiano, una vez
reorganizado, emprendió la persecución de las fuerzas musulmanas. El 21 de
agosto, las fuerzas cristianas tendieron una emboscada a los musulmanes en un
barranco. Conocida como batalla de Alhándega, en ella el ejército musulmán
sufrió grandes pérdidas y se vio obligado a escapar en desorden. El propio
Abderramán III estuvo cerca de ser capturado y tuvo que huir del campo de
batalla, dejando atrás su cota de malla de oro y su famoso Corán personal. La
ubicación de esta batalla no está determinada, pero se cree que se dio en la
provincia de Soria, cerca de Caracena.
Consecuencias
La Batalla de Simancas tuvo profundas
consecuencias para el equilibrio de poder en la Península Ibérica. Para los
reinos cristianos, especialmente para León, supuso un importante impulso en su
proceso de expansión hacia el sur. La victoria reforzó la moral y la confianza
de los cristianos en su capacidad para enfrentarse y vencer al poderoso
Califato de Córdoba.
Por otro lado, para el Califato, la
derrota en Simancas marcó el fin de su periodo de máxima expansión. Aunque
Abderramán III logró mantener su poder, el prestigio del Califato quedó
seriamente dañado. Esta batalla marcó el inicio de un largo periodo de declive
del poder musulmán en la península, con altibajos.
En el nivel estratégico, la batalla
permitió a los reinos cristianos asegurar la línea del Duero como frontera. Con
ello se facilitó la repoblación y consolidación de los territorios al norte de
este río. Así quedaron sentadas las bases para expansiones hacia el sur en los
siglos posteriores.