Foto: Cadetes abanderados de tres promociones de la Academia
de Infantería, en 1914, con las tres banderas históricas de la AGM: izquierda,
blanca, del Batallón Universitario de Cádiz (1808); derecha, de 1846, del
Colegio General y después de la Academia de Infantería; centro, bandera de la
Academia de Infantería desde 1893 hasta 1915. Del libro «La Academia General
Militar», de Miguel Gistau, 1919. Archivo Municipal de Toledo.
Por Real Orden de 31 de diciembre de 1861 se dispuso que los
soldados del Ejército pudieran solicitar y obtener su ingreso en las academias
militares. La norma fue consecuencia de la instancia presentada el 21 de
octubre por el soldado del Primer Regimiento de Ingenieros Ramón Martín Alonso,
que solicitaba ser admitido a examen en el concurso de plazas convocado en
enero para el Colegio de Artillería.
Informe favorable del Consejo de
Estado
Para resolver la petición se recabó
el parecer de la Sección de Guerra y Marina del Consejo de Estado. Este órgano
emitió un informe favorable, considerando razonable y equitativo que los
soldados de todas las armas e institutos pudieran solicitar e ingresar en los
distintos colegios militares y escuelas especiales, siempre que reunieran las
condiciones establecidas en sus reglamentos para los aspirantes a cadetes o
alumnos.
El Consejo argumentó que no sería
justo cerrar las aspiraciones de aquellos soldados que, por su educación,
talento y cualidades sobresalientes, eran acreedores a figurar en otra escala.
Subrayó además que, mientras cualquier ciudadano podía optar por ley a cursar
las carreras del Estado, resultaba necesario ofrecer a estos soldados los
medios para perfeccionar su instrucción y favorecer su acceso a una posición
superior, desde la que serían aún más útiles a la nación.
Nace el derecho de la tropa al acceso
a la carrera militar
La instancia de Ramón Martín Alonso
fue contestada concediendo lo solicitado. A partir de este caso se promulgó la
Real Orden que, con carácter general, reconocía a los individuos de tropa el
derecho a acceder a las academias militares.
La disposición establecía que los soldados que ingresaran en estos centros y
fueran reprobados por falta de aptitud, o no completaran el plan de estudios,
regresarían a su cuerpo de procedencia en la misma clase que ostentaban antes
de su incorporación. Debían, además, cumplir íntegramente el tiempo de servicio
que tuvieran pendiente.
