Santiago Cortés González
Al inicio de la tarde del 1º de mayo de 1937 se ponía fin al
asedio de más de siete meses de duración que habían resistido heroicamente los
defensores del Santuario de la Virgen de la Cabeza por fuerzas atacantes muy
superiores en número y medios.
Circunscrito a criterios historiográficos se trata de uno de
los episodios bélicos de la Guerra Civil 1936-1939 que, a pesar de estar
constreñido a un escenario local, sin peso específico en los planes
estratégicos de ambos bandos, viene originando desde entonces una extensa y
variada bibliografía. Ello siempre fue debido, no al interés de las operaciones
militares desarrolladas para liberarlo u ocuparlo sino por la impresionante
resiliencia de sus defensores y el tremendo drama humano que padecieron sus familias
durante ese periodo.
Dicho edificio está situado a unos treinta kilómetros al
norte de la ciudad jienense de Andújar. Fue construido entre finales del siglo
XIII y principios del XIV, reformado en el XVI, coronando el paraje conocido
como el Cerro del Cabezo. En la posguerra se procedió a su reconstrucción.
Al iniciarse el 18 de julio de 1936 la sublevación militar, la Comandancia de
la Guardia Civil de Jaén, encuadrada en el 18º Tercio (Córdoba), ni se sumó a
la misma ni se posicionó activamente contra ella. Su jefe, el teniente coronel
Pablo Iglesias Martínez, activó la Circular Muy Reservada núm. 278, de 16 de
diciembre de 1933, dictada por la Inspección General del Cuerpo, relativa a
prevenciones sobre concentración de la fuerza de los puestos en caso de
subversión del orden público y los replegó en la medida que se pudo, sobre las
cabeceras de las compañías y de la Comandancia, quedando seguidamente
acuartelados a la espera de la evolución de la situación.
El 28 de julio de 1936 el general de brigada del Ejército
José Miaja Menant al frente de una columna leal al gobierno de la República que
tenía por propósito ocupar la ciudad de Córdoba donde había triunfado la
sublevación se presentó en Andújar. El capitán jefe de la Compañía de la
Guardia Civil, Antonio Reparaz Araujo, consiguió que sólo unos 40 guardias
civiles pasasen junto a él a integrarse en dicha columna mientras el resto,
otros 50, continuaría acuartelado en Andújar. El 5 de agosto, ante la evolución
de la tensa situación en la localidad, se ordenó el repliegue de este
contingente mandado por el teniente Francisco Ruano Beltrán, jefe de la Línea
de Arjona, hasta la finca de Lugar Nuevo, sita a menos de seis kilómetros del
Santuario. A este grupo se uniría otra veintena de guardias civiles procedentes
de algunos puestos limítrofes de la Comandancia de Ciudad Real, así como un
nutrido grupo de familiares y de paisanos.
Mientras tanto la situación en Jaén capital se fue haciendo
cada vez más tensa hacia la Guardia Civil que permanecía también acuartelada. A
partir del 17 de agosto fueron autorizados a replegarse junto a sus familias
hasta el Santuario, lo cual se realizó con su jefe al frente sin mayor novedad.
Éste, recibió la orden de marchar a Madrid, haciéndolo el 21, quedando al mando
comandante Eduardo Nofuentes Montoro.
Sin embargo, al pasarse al día siguiente a las líneas
sublevadas el capitán Reparaz con un importante grupo de guardias civiles, la
situación comenzó a tensarse con los guardias civiles establecidos en el
Santuario y Lugar Nuevo.
Cuando el comandante Nofuentes comenzó a cumplir el 14 de
septiembre la orden recibida de desalojar el Santuario, el capitán Santiago
Cortés González, cajero de la Comandancia de Jaén, procedió a su detención,
haciéndose cargo del mando, aún a pesar de la presencia del capitán Manuel
Rodríguez Ramírez, jefe de la Compañía de Linares que era de mayor antigüedad
pero que mostró su conformidad.
A partir del día siguiente, considerada rebelde la fuerza de
la Guardia Civil comenzaría el asedio y ataque al Santuario y Lugar Nuevo por
fuerzas leales al gobierno de la República. Dicha situación se prolongaría
hasta el 1º de mayo de 1937. El 13 de abril la posición de Lugar Nuevo había
tenido que ser evacuada al no poder sostener su defensa por más tiempo.
Durante más de siete meses unas 1.200 personas
aproximadamente, de las que tan sólo una cuarta parte tenían la condición de
combatientes, en su mayor parte guardias civiles, pues el resto eran mujeres y
niños, familiares suyos, fueron hostigados con constantes bombardeos de
aviación y fuegos de artillería, mortero, ametralladora y fusilería.
Además de las numerosas bajas, más de 150 muertos y más de
250 heridos, padecieron también unas condiciones inhumanas derivadas de la
falta de higiene y salubridad, así como de la extrema necesidad de alimentos y
medicamentos. Casi al final hubo un intento frustrado de mediación por el
Comité Internacional de la Cruz Roja para evacuar mujeres y niños.
La comunicación con las líneas sublevadas fue utilizando
palomas mensajeras y más adelante el heliógrafo. La única línea de
aprovisionamiento fue vía aérea, protagonizada principalmente por el capitán
Carlos de Haya González. Por estas acciones, entre otras, le sería concedida a
título póstumo, el 31 de agosto de 1942, la Cruz Laureada de San Fernando.
El capitán Cortés que resultaría mortalmente herido en el
último ataque, planificado y dirigido por el teniente coronel de Artillería
Antonio Cordón García, jefe de la Sección de Operaciones del Estado Mayor del
Ejército del Sur, fallecería el 2 de mayo. El 9 de noviembre de 1937 le sería
concedida, a título póstumo, la Cruz Laureada de San Fernando. El 19 de febrero
de 1942 se concedió la Cruz Laureada de San Fernando, colectiva, a las «Fuerzas
Defensoras» del Santuario.
Desde las filas del bando sublevado no se llegó a emprender
operación decisiva alguna para liberarlo, a pesar de la proximidad del frente,
al estar el esfuerzo bélico centrado en otros frentes y objetivos prioritarios.
Desde las filas gubernamentales tampoco se planificó una estrategia acertada
que consiguiera ocuparlo en los primeros meses ni vencer la tenaz resistencia
de los defensores. Sólo cuando apenas quedaba medio centenar de defensores en
lamentable estado, sin apenas víveres ni municiones, y gravemente herido quien
los había mandado más de siete meses, el Santuario prácticamente destruido,
pudo ser ocupado.
En el cementerio que hubo que improvisar en el interior del
recinto el capitán Cortés hizo poner la siguiente frase: «La Guardia Civil
muere, pero no se rinde».