Desde hace más de 100 años conservan orgullosas la tradición. La bandera española sigue ondeando en Puerto Rico.
Las hermanas de las Siervas de María mantienen desde hace dos siglos la tradición de ondear, desde el prominente balcón del convento donde residen, la bandera española siempre que un barco español entra en la bahía de San Juan de Puerto Rico.
La historia cuenta como un
hombre de origen gallego recibió al marinero español en la orilla y le juró
entregar la bandera a quien mejor pudiera custodiarla. Escogió a ocho mujeres,
todas de origen español, que habían dejado su tierra para atender a pobres
enfermos y desvalidos. Eran religiosas y pertenecía la compañía de las Siervas
de María.
Algo que realmente comenzó
hace más de un siglo, el 16 de julio de 1898. Aquel fue el año del desastre.
Trece días antes, la escuadra del almirante Cervera, que había salido a
combatir sin esperanza en el combate más estúpido y heroico de nuestra
historia, había sido aniquilada en Santiago de Cuba por el abrumador poder
naval estadounidense.
Los buques de guerra
estadounidenses bloqueaban la isla de Puerto Rico, impidiendo la llegada de
refuerzos y suministros a las tropas cercadas. En esas circunstancias, el
Antonio López, un moderno y rápido buque mercante que había salido de Cádiz con
armas y pertrechos para la guarnición, recibió un telegrama con el texto: “Es
Que Usted Haga Llegar Preciso El Cargamento A Puerto Rico Aunque Se Pierda El
Barco”. Veterano, disciplinado, profesional, con los aparejos en su sitio, el
capitán del Antonio López, que se llamaba don Ginés Carreras, intentó burlar el
bloqueo estadounidense. No lo consiguió.
El 28 de junio, cuando
navegando sin luces y pegado a la costa intentaba entrar en San Juan, fue
localizado por el USS Yosemite, que lo cañoneó. El capitán Carreras logró
escapar a medias, varando el barco en Ensenada Honda, cerca de la playa de
Socorro, desde donde en los días siguientes intentó llevar a tierra cuanto
podía salvarse del cargamento. Pero dos semanas más tarde, el USS New Orleans
se acercó para dar el golpe de gracia, destrozándolo a cañonazos.
Fue entonces cuando se tejió
la historia que les cuento. Bajo el bombardeo, un tripulante del Antonio López,
que se había atado la bandera del barco a la cintura antes de echarse al agua
para intentar ganar tierra a nado, llegó gravemente herido a la orilla. Nunca
pudo averiguarse su nombre, pues murió en brazos de un puertorriqueño de los
que acudieron a ayudar a los náufragos.
“Que no la agarren”, suplicó
el marinero mientras moría, señalando la bandera. Y el puertorriqueño cumplió
su palabra, quizá porque se llamaba Rocaforte y era de padres gallegos. Hombre
supersticioso o religioso, y en cualquier caso hombre de bien, por no incumplir
la demanda de un moribundo, la guardó en su casa durante años. Y al fin, un
día, pensó en las monjas.
Eran españolas, de las Siervas
de María, instaladas en la isla desde 1897. Atendían un hospital junto a la
boca del puerto, y permanecieron allí después de la salida de España y la
descarada apropiación de la isla por los Estados Unidos. Acabada la guerra, las
hermanas, con la natural nostalgia, adoptaron la costumbre de saludar desde la
galería del hospital, agitando sus pañuelos, cada vez que un barco de su lejana
patria entraba o salía en el puerto.
Eso dio a Rocaforte la idea de
confiarles la bandera. Se presentó en el hospital, contó la historia a la madre
superiora, y le entregó la enseña. Y desde entonces, cuando entraba o salía de
San Juan un barco español, las monjas hacían ondear en la galería, en vez de
pañuelos, la vieja bandera del barco perdido.
Todavía lo hacen, un siglo
después. De las veintisiete monjas que atienden hoy el hospital de las Siervas
de María, ya sólo cinco son compatriotas nuestras. Pero cada vez que un barco
español pasa frente al hospital, navegando lentamente por la canal de boyas, su
capitán cumple el viejo ritual de dar tres toques de sirena y hacer ondear la
bandera en respuesta al saludo de las monjas, que desde la galería agitan la
suya.
De haberlo sabido, aquel
anónimo marinero del Antonio López que hace ciento doce años se arrojó al mar,
intentando ganar la playa bajo el fuego norteamericano con la enseña de su
barco atada a la cintura, estaría satisfecho.
Foto:
PRHBDS/Andy Rivera
Fuente: El
Imparcial/Francisco alemán.