Pedro Antonio de Alarcón
Pedro Antonio de Alarcón comienza a estudiar Derecho, si bien
debido a la precaria economía familiar tiene que dejar su formación
universitaria e ingresar en el seminario. Allí descubre su verdadera vocación,
la literatura, publicando sus primeros escritos. A principios de 1853 abandona
el seminario dedicándose de lleno a la actividad literaria frecuentando
diversas tertulias en su ciudad natal. En 1854 se declara se declara a favor
del pronunciamiento de O’Donnell y participa en los disturbios revolucionarios
de Granada, colaborando en la publicación de La Redención. En Madrid
sigue frecuentando estos ambientes y dirige el periódico El
Látigo, que ataca directamente a la reina Isabel II. Es entonces cuando
tiene un enfrentamiento con el escritor venezolano José Heriberto García de
Quevedo que le lleva a batirse en duelo. Alarcón falló el disparo y el escritor
venezolano le perdonó la vida. Este suceso afectó profundamente al autor, quien
cerró la edición de El Látigo y abandonó las ideas y las actividades
revolucionarias. También en Madrid entabla amistad con el general Antonio Ros
de Olano, militar y escritor, que siendo ministro de Instrucción Pública fue el
propulsor de la enseñanza primaria y creador de las Escuelas Normales.
En octubre de 1859 Leopoldo O’Donnell, presidente del
Gobierno, declara la guerra al Sultán de Marruecos como consecuencia de las
agresiones sufridas en este Territorio. La sociedad española acogió la guerra
con entusiasmo, todos los grupos políticos apoyaron la campaña, creándose una
corriente de patriotismo. Pedro Antonio de Alarcón no es ajeno a este
movimiento e, influido por su relación con el general Ros, decide participar en
la campaña a pesar de que ya estaba excluido del servicio militar.
El 22 de noviembre de 1859 se alista como voluntario en el
Batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo, N.º 9. Desembarca en Ceuta y participa en
diversas operaciones, recibiendo por sus méritos la Cruz de María Luisa.
Como consecuencia de la herida de bala que recibe en un pie pasa a prestar sus
servicios en Cuartel General como ordenanza. Participa posteriormente en la
batalla de los Castillejos y en la acción de Guad-el Jelú, por la que recibe la
Cruz de San Fernando. En 1860 regresa a la Península.
Durante este periodo africano se dedica a escribir un diario
con los acontecimientos que presencia. Estas crónicas se van publicando por
entregas en la revista ilustrada El Museo Universal yfinalmente se
editan como su libro más conocido: Diario de un testigo de la Guerra de
África.Ante la carencia de un fotógrafo, como fue su primera intención, realiza
bocetos que luego son retocados en España para las ilustraciones que acompañan
al texto.
El relato va más allá de la mera crónica de la guerra,
entrando en detalles costumbristas que reflejan las peculiaridades de los
diferentes contingentes que integran el ejército expedicionario como los
Voluntarios Catalanes, los Regimientos de Castilla o los Tercios Vascongados y
el día a día de la vida de los soldados. De alguna manera traza un
reflejo de lo que era la sociedad de la época. Todo ello impregnado de un
elevado patriotismo que se corresponde con el sentimiento que imperaba en
España con respecto a la campaña. No se trata en ningún caso de un análisis
militar de las operaciones, aunque su puesto próximo al general Ros de Olano le
pudo ofrecer esta oportunidad.
La obra constituye un precedente de lo que después serán los
cronistas de guerra, realizando un relato que nos permite tener hoy en el siglo
XXI una visión objetiva y detallada del conflicto.