No tuvo suerte el único Rey electo en España por las Cortes
pues, cuando D. Amadeo desembarcó en el muelle de armamentos del Arsenal de
Cartagena, recibió la triste noticia del asesinato del general Prim, su
principal apoyo, cuya capilla ardiente fue lo primero que visitó en Madrid el
día 02.01.1871.
Juró en las Cortes: «Acepto la Constitución y juro guardar y
hacer guardar las Leyes del Reino», el presidente de las Cortes, le contestó:
«Las Cortes han presenciado y oído la aceptación y juramento que el Rey acaba
de prestar a la Constitución de la Nación española y a las leyes. Queda
proclamado Rey de España don Amadeo I».
La inestabilidad política española fue in crescendo. Su
llegada unió a toda la oposición, desde republicanos a carlistas. Se rompió la
coalición de gobierno fraguada por Prim e, incluso, algunos de los que habían
expulsado a Isabel II abrazaron la causa borbónica. Los seis gobiernos, en los
dos años y pico que duró su reinado, avalan dicha inestabilidad.
El 18 de julio de 1872 cuando se dirigía a Palacio acompañado
de la reina, por la calle del Arenal, sufrieron un atentado del que salieron
ilesos milagrosamente.
La gota que colmó el vaso de agua y lo abocó a la abdicación, se concretó en el
conflicto entre su presidente del Consejo, Ruiz Zorrilla, y el Cuerpo de
Artillería. Zorrilla había manifestado su decisión de disolver dicho Cuerpo,
bajo amenaza de dimisión. El Ejército propuso a Amadeo I que prescindiera de
las Cortes y gobernara de manera autoritaria. Por ello decidió renunciar al
Trono.
Al mediodía del 11 de febrero de 1873 le comunicaron su cese,
recogió a su familia, hizo la renuncia y, sin esperar la autorización de los
diputados (según exigía el artículo 74.7 de la Constitución de 1869), se
refugió en la embajada italiana. El gaditano y fabuloso orador, D. Emilio
Castelar y Ripoll redactó la respuesta de la Asamblea Nacional al mensaje de
renuncia de la Corona y, esa misma tarde del 11 de febrero, se proclamó la
Primera República.
De Madrid salió para Lisboa, pues su hermana María Pía era la reina consorte de
Portugal, y el Gobierno italiano le envió allí un crucero de su Marina de
guerra que lo condujo a su patria.