El FT-17 del
Museo de Medios Acorazados de El Goloso (Madrid)
Corría por entonces 1921, una época en la que España se
encontraba combatiendo, fusilazo para arriba y sablazo para abajo, contra
varias tribus del Norte de África. Y es que, en aquellos años nuestro país
buscaba afianzar el Protectorado que, décadas atrás, le había sido concedido
por decreto internacional en Marruecos. De esta forma, miles de soldados
partían continuamente desde la Península hasta las calurosas tierras del Rif
con el único objetivo de lograr poner paz en un territorio que, levantado en
armas contra la ocupación, dio más quebraderos de cabeza que alegrías a los
hispanos.
Finalmente, la situación terminó de recrudecerse cuando, a
finales de julio de 1921, los rifeños cercaron el campamento español de Annual
(a 60 Km. de Melilla) y, tras varios días, acabaron con la vida de entre 8.000
y 10.000 soldados españoles cuando éstos se retiraban. Tal fue la masacre, que
aquel suceso quedó grabado con letras de sangre en los libros de historia
peninsulares como el Desastre de Annual.
Pasados unos momentos apocalípticos en los que se llegó a
pensar que Melilla podía caer en manos de la harca de Abd El-Krim, el frente se
alejó de la ciudad española y se estableció una línea de blocaos y posiciones
fortificadas. Uno de aquellos puestos en
los confines del Rif se llamaba Tizzi Aza, en la región de Nador, y debía
ser abastecido. El 5 de junio de 1923, uno de los convoyes de suministro
escoltado por tanques Renault FT-17 fue atacado.
Bajo una lluvia de balas, un proyectil rifeño reventó la
mirilla de la torreta del carro número 9 levantando un mar de esquirlas que
dejó ciego al momento al sargento Mariano García Esteban.
Con el carro enmudecido, decenas de enemigos se
envalentonaron y cargaron contra la bestia de metal, dispuestos a capturar el
vehículo o a volarlo por los aires con granadas, hasta que el sargento,
sobreponiéndose al dolor, volvió a empuñar la ametralladora.
Sobreponiéndose al intenso dolor producido por las heridas,
conservando la imagen y situación del enemigo y demostrando una fortaleza de
espíritu y una abnegación difícilmente igualables, tras vendarse él mismo con
un pañuelo, continuó haciendo fuego por ráfagas hasta consumir el último
cartucho de la nueva cinta que tenía puesta en la ametralladora, con
objeto de evitar el favorable efecto moral que si no se continuaba disparando
desde el carro hubiera producido en el enemigo Al quedar seco de munición y sin
ver nada, siguió moviendo la torreta y la ametralladora, fingiendo que el
blindado seguía operativo hasta que el conductor pudo retirarse a toda
velocidad. Ayudado a salir del carro, reveló un rostro de pesadilla, desfigurado.
Por su heroica acción le fueron concedidas en 1928 la Medalla Militar individual y la Cruz Laureada de San Fernando, ambas impuestas por el mismo Alfonso XIII