domingo, 8 de septiembre de 2024

La gesta del tanquista Mariano García Esteban

El FT-17 del Museo de Medios Acorazados de El Goloso (Madrid)

Corría por entonces 1921, una época en la que España se encontraba combatiendo, fusilazo para arriba y sablazo para abajo, contra varias tribus del Norte de África. Y es que, en aquellos años nuestro país buscaba afianzar el Protectorado que, décadas atrás, le había sido concedido por decreto internacional en Marruecos. De esta forma, miles de soldados partían continuamente desde la Península hasta las calurosas tierras del Rif con el único objetivo de lograr poner paz en un territorio que, levantado en armas contra la ocupación, dio más quebraderos de cabeza que alegrías a los hispanos.

Finalmente, la situación terminó de recrudecerse cuando, a finales de julio de 1921, los rifeños cercaron el campamento español de Annual (a 60 Km. de Melilla) y, tras varios días, acabaron con la vida de entre 8.000 y 10.000 soldados españoles cuando éstos se retiraban. Tal fue la masacre, que aquel suceso quedó grabado con letras de sangre en los libros de historia peninsulares como el Desastre de Annual.

Pasados unos momentos apocalípticos en los que se llegó a pensar que Melilla podía caer en manos de la harca de Abd El-Krim, el frente se alejó de la ciudad española y se estableció una línea de blocaos y posiciones fortificadas. Uno de aquellos puestos  en los confines del Rif se llamaba Tizzi Aza, en la región de Nador, y debía ser abastecido. El 5 de junio de 1923, uno de los convoyes de suministro escoltado por tanques Renault FT-17 fue atacado.

Bajo una lluvia de balas, un proyectil rifeño reventó la mirilla de la torreta del carro número 9 levantando un mar de esquirlas que dejó ciego al momento al sargento Mariano García Esteban.

Con el carro enmudecido, decenas de enemigos se envalentonaron y cargaron contra la bestia de metal, dispuestos a capturar el vehículo o a volarlo por los aires con granadas, hasta que el sargento, sobreponiéndose al dolor, volvió a empuñar la ametralladora. 

Sobreponiéndose al intenso dolor producido por las heridas, conservando la imagen y situación del enemigo y demostrando una fortaleza de espíritu y una abnegación difícilmente igualables, tras vendarse él mismo con un pañuelo, continuó haciendo fuego por ráfagas hasta consumir el último cartucho de la nueva cinta que tenía puesta en la ametralladora, con objeto de evitar el favorable efecto moral que si no se continuaba disparando desde el carro hubiera producido en el enemigo Al quedar seco de munición y sin ver nada, siguió moviendo la torreta y la ametralladora, fingiendo que el blindado seguía operativo hasta que el conductor pudo retirarse a toda velocidad. Ayudado a salir del carro, reveló un rostro de pesadilla, desfigurado.


Por su heroica acción le fueron concedidas en 1928 la Medalla Militar individual y la Cruz Laureada de San Fernando, ambas impuestas por el mismo Alfonso XIII